4/8/12

EL DUENDE DE LA CASCADA



EL DUENDE DE LA CASCADA

                           DEDICADO A MI PADRE: ROLANDO OCAÑA RAMÍREZ, QUE UN DÍA PARTIÓ AL CIELO.

                                                                             MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ

¡Siempre escucho que hablan del duende!, ¿Cómo es el duende?, ¡Quiero conocer al duende Papá!

Aquellas frases impetrantes, fueron la insistente petición del pequeño niño, hijo de uno de los hombres más ricos de Canchaque, y ¿Por qué no decirlo, de la vieja Piura?

El joven padre del pequeño gran primogénito, era propietario del único  alambique, en el cual se destilaba el aguardiente y la primera, bebidas alcohólicas que se extraen de la caña de azúcar.

¡Le diré a los peones que mañana mismo te lleven a ver al duende!- fue la respuesta del padre a su pequeño retoño.

Varios peones y jornaleros estaban bajo su mando.

Al llamado de Don Néstor, el joven dueño de la destiladora, uno de sus trabajadores se le acercó.   

¡Mande usted Señor!

Quiero que mañana, cuando caiga el atardecer, lleven a mi hijo a la cascada donde aparece el duende, me ha dicho que quiere verlo.

¡Se hará como usted mande Señor!...

Entre las bellas luciérnagas de la oscuridad de la noche, el croar de las ranas y el criquear de los grillos, llegó al día siguiente, la tarde que se acababa…

Los peones, debían emprender acompañados del pequeño niño, el largo camino para llegar a la cascada en donde se veía al duende.

En medio de la frialdad del clima, de las quebradas, de las afiladeras y de las montañas, y a punto de caer la noche, llegaron al destino en el que  debería estar el duende, para que el hijo del amo lo viera.

Ya parados con el niño adelante, frente a ellos estaba la bella cascada.

¡Mire niño!, ¡Mire!- Le dijo uno de los jornaleros ¡Allá en la cascada!, ¡Allá está el duende¡, ¡Mírelo niño!, ¡Mírelo!...

El niño, curiosísimo por su deseo de ver al espíritu juguetón, y mirando al lugar que se le señalaba, no lograba ver a ningún ser extraño.

¡No veo nada!, ¡No veo ningún duende!

Sin embargo, observó un sensacional espectáculo:

El agua de la cascada, que con fuerza caía colisionando con las piedras de la parte baja que formaban una hermosa quebrada, se detenía por momentos en el aire, a casi un metro de distancia, y se esparcía extraordinariamente hacia los costados, como si su curso natural fuera obstruido por las palmas de unas manos invisibles que jugaban con ella, el agua caía, golpeaba normalmente las piedras y nuevamente se suspendía en el aire para ser esparcida a los extremos.

¡Ese es el duende que está jugando en la cascada! Le dijeron los jornaleros.

En algunas piedras, después de tan bello acontecimiento, cerca a la caída de agua, el pequeño, bajando y acercándose, observó unas raras defecaciones amarillas, muy similares a las yemas de los huevos, que atribuyó a los duendes.             


                         


         

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