15/3/13

EL CADAVER


EL CADÁVER - I PARTE

                                                                  MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ

“Cuando la muerte nos cierra los ojos, algo nos los debe abrir hacia una vida infinita” 

Y es que con premura y desapercibida rapidez, la luz y las tinieblas llegan consecuentes e inseparables, y cual agua cristalina que como lágrimas desde lo alto caen, aparece la vida conocida.

En unos se recibe con regocijo, y en otros con tristeza.

Respira en la materia, lloriquea, se levanta…, y entre innumerables sucesos continúa su camino, pero en todos se tropieza, sufre, y cae…, y llega el día en que el agobio y la pena abren paso a la oscuridad que apaga la interina felicidad.

De pronto, gritos desesperados laceran el alma humana y saturan la desgracia, y entre pesares y cavilaciones, se recibe a la muerte.

El torrente, que enrojecía la vida, se detiene en la más frígida tristeza, abriendo paso a la rigidez  que atemorizante se presenta con su amoratada palidez.

Es la inefable disipación de la aparente alegría.

La mirada se petrifica inaudita frente a la figura inerte de lo que ya no tiene movimiento, de lo que parece dormir y que ya no despertará…, es la no reacción a nada.

La sonrisa, las palabras y el milagro de vivir se derrumban en detrimento del sol que se apaga y de la luna que desaparece en nuestro corazón.

Con el cadáver, todos los sinceros sufren a su manera.

Unos exaltados  y  confundidos,  pero con el perdón de la infinitud, levantan su voz de protesta ofendiendo al cielo por el inefable arrebato, otros más serenos y tiernos, oran con su interior lanzando hermosas palabras a la eternidad, para que con misericordia reciba al que abandonó este mundo.

Encerrado en una caja mortuoria, se hace presente la guarida terrible de nuestro penúltimo refugio. El olor, el color de la inexistencia, y el rostro de la sustancia muerta bajo el tétrico vidrio del óbito, impacta en algunos aún vivos.

Rodeando el catafalco, bellas flores que dejan de ser, pasan a formar parte del ambiente mortuorio, y el fin del portento nos sumerge en nuestro sino.

Ante el cadáver y a su alrededor, sólo queda visible la vida finita.

Más allá…, y distanciados del festín doloroso de la muerte, algunos observan lejana la tragedia sin pensar que a todos golpea y que esta no se desenlaza de nadie.

Los rostros lastimosos, los diálogos consolables de una muerte que aún no conocemos,  y  los recuerdos casi sólo benevolentes del que ya no existe más, son parte del nefasto momento.


EL CADÁVER- II PARTE

                                                                             MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ

…Ante el cadáver, el brillo material que en el inconsciente perennizamos,  se nos deslumbra y apaga para siempre, pues el cadáver, consecuencia del mortal asalto de la sombra invisible que inexorable nos acompaña desde el nacimiento y nos destruye sin compasión, enciende la llama del  sufrimiento. 
Eh allí que los pensamientos, ante la presencia del frío cuerpo, nos refrescan la nimiedad y la cristalidad del exterior humano, de lo material, de lo que no se puede llevar la energía eterna.
Alrededor de la cita mortal, pasamos a formar parte de la parafernalia de un final aún ajeno.
Cerrado el aposento de la muerte, y haciéndose más pesado con el cuerpo ya sin vida, es llevado por algunos creyentes, hacía su aparente purificación espiritual, que es el rito religioso.
Vuelven el dolor, los recuerdos, y el profundo pensar, ¡ya no hay vida, ya no hay sueño, ya no hay nada!, ¿qué somos?, solo hay materia desligada de la perfección y del portento divino. 
Terminada la cita religiosa, y tapado nuevamente en el funesto cajón, se levanta en hombros y es llevado lentamente hacia su última morada.
Dentro de la oscuridad, solo queda el cadáver, y por fuera, la marcha fúnebre, por dentro, el rostro frígido, rendido y avasallado del que ya no tiene vida conocida. Ya con el cadáver ante el último recinto, corren las lágrimas, las alocuciones, las remebranzas, la incredulidad y los rezos, luego el encierro o el entierro.
La tristeza invade in crecendo, y solo queda bajo el cielo, el triste episodio de la vida y de la muerte.                

 



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