12/6/10

TRISTEZA Y DOLOR


TRISTEZA Y DOLOR
                     AUTOR: CÉSAR MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ.
PUBLICADO EN LA REVISTA “VISTAZO” FEBRERO DEL 2010 DE PIURA.
Todos nosotros sin excepción, debemos tomar consciencia de la debilidad de la vida, de la oportunidad que tenemos aun, de las enfermedades inesperadas, del sufrimiento de quien las padece y principalmente, de la indefectible venida de la muerte. Incluida, la clase de gente que nos rodea. Es por ello que comparto con ustedes, este relato vivido, sencillo y real.
Si el alma de un ser humano, se manifiesta con grandeza dentro del cuerpo ¿Con cuánta más esplendidez, se manifestará cuando esté fuera de el?
La enfermedad, el dolor y la muerte, nos devuelven a una realidad: La inhumanidad de muchos seres humanos, y el conocimiento tardío de la fragilidad y cristalidad de la vida, siempre, hay que estar preparados espiritualmente, pues con seguridad, un viaje insoslayable tendremos que realizar, y no sabemos cuando.
Aquella oscura mañana del dieciocho de julio del año 2009, nuevamente la angustia hizo sentirme extraño, mi mente y mi corazón se agitaban otra vez, y el aterrador miedo, que a la fecha aun pretende acecharme sin piedad, quemaba nuevamente mi voluntad.
En la víspera, había tenido un sueño que relaté. Sí…Donde mi padre llegaba a un espacio en la que su madre y su querido hermano premuertos, lo recibían con alegría, tal vez ese tramo onírico, me anunciaba un triste desenlace, que acabaría con la dolorosa batalla, que mi progenitor estaba librando, y que sería la continuación de un agobio estentóreo.
Una rara percepción, me presionaba internamente aquella mañana, como nunca, me llamaba a ir hacia él. Deseaba verlo y besarlo, y esperar como siempre, confiado en su impresionante fortaleza emocional, que todo acabara de una vez, y que volviera a casa. Era bueno alejarlo de aquellos asesinos de la salud; hipócritas tan sólo como ellos mismos.
A punto de llegar a su lecho hospitalario- (donde el cuidado de la salud, en su mayoría, es un infierno plagado de perversos, y donde el dolor, el maltrato y la incomodidad, se aúnan a la enfermedad y al sufrimiento del paciente y de su familia)- una llamada en el tránsito, me comunicaba que mi padre había sido llevado de emergencia, a otro vapuleante sitial médico de ciertos inhumanos, alucinados dueños de la vida y de la salud de los enfermos, de aquellos que no piensan, que la enfermedad, el pesar, la agonía y la muerte, son exclusividad pura, de todos nosotros los seres humanos.
Dios mío; mi mente ya volaba alucinando los oscuros ríos de la implacable muerte ¡No!…. Mi padre no nos puede dejar.
Cuando llega la noche, la luna y las estrellas, a pesar de su brillantez; pasan a formar parte de la oscuridad.
A mi padre, amante de la vida como todos, hacía un tiempo atrás, lo habían herido las voraces palabras de una lengua infestada e impregnada de ignorancia y bazofia humana, cuando un perverso y desgraciado medicucho, pretendió tumbar emocionalmente al hombre que me aconsejaba, que debemos controlar la mente.
Ante esto, no caería fácilmente al abismo de la angustia. ¡No!…., era sorprendente su forma de enfrentarla, de mirarla cara a cara, y de hacerle bajar el rostro. Dios estaba con él, y con sus ganas de vivir. Jamás le oí hablar del fin de su vida y menos de pesimismo, a pesar de conocer la gravedad de su enfermedad, era extraordinario su pensamiento y su optimismo.
Ya en aquel lugar, donde empezaría un nuevo sufrimiento y dolor, bajo la tristeza amalgamada, de una nublada y semisoleada entrada de la tarde, uno de mis fraternos, y quien fue el que todo el tiempo estuvo a su lado cuidándolo, nervioso y con ojos llorosos, me manifestó: Que nuestro padre estaba grave, que se había puesto mal.
Quebranto, pesar y dolor invadieron mi corazón. Aquel día que no imaginé vivir, entrando al funesto ambiente de emergencia del hospital “Cayetano Heredia”, había lanzado mi mirada, atraída a un tercer cuartucho, allí estaba él, con sus ojos abiertos, perdidos en un desconocido infinito, de su boca también abierta, pendían unos terribles tubos ensangrentados.
Que inhumanidad Dios santo ¿Por qué el milagro divino de la vida, tiene que ser doblegado de esa manera? Allí estaba el cuerpo de mi padre, aun solo, echado en una maldita camilla.
Alguien acercándose a mi, me manifestó con tranquilidad ¡El señor ha fallecido! fueron las palabras más dolorosas y ensordecedoras de mi vida, y que confirmaban así, lo que mi petrificada vista, mi mente, y mi corazón herido por aquel triste panorama, habían imaginado.
No puede ser………Esto no puede ser.
Hay estrellas que brillan con más luminosidad que otras, en la oscuridad de un cielo, que cuando llega la noche, deja su bello color celestial, y que sólo basta buscarlas con la mirada, para saber que allí continúan, y que aún rodeadas de tinieblas, nunca se apagarán.

Mi padre, mi maestro, mi compañero de trabajo, aquel hombre que con su simple presencia inspiraba respeto, intelecto y atracción, aquella persona que desconocía el odio y la venganza, y que en demasía nos llenó de orgullo, aquel que nos colmaba de alegría y sonrisas…..Estaba muerto…Se había ido para siempre.
Sin creer lo que veía, pues el escepticismo me había envuelto; me acerqué a su cuerpo, besé su frente y su vientre. Dirigiendo mi mano a sus ojos, opté por cerrárselos, para que su rostro tomara una apariencia reposante y durmiente.
La enfermedad, la tristeza, el dolor y la inevitable muerte, nos habían vencido nuevamente, con la complicidad de algunos tipejos involucionantes, encubiertos de vestido médico.
Así se apagaba una estrella que brillaba sin cesar. ¡Como duele terminar así! Ya no había vida.
Mi padre ya no estaba en su cuerpo.
Tres días antes, en su lecho de sumo tedio, por la extensión de su última permanencia en el hospital “Jorge Reátegui”, nos había anunciado el día de su muerte, con una valiente y sonriente exclamación poética: “El sábado ¡Arde Troya! nos dijo; quizá, sólo él sabía su contenido final, pero así fue. El día sábado moriría, a la una y cinco de la tarde.
El amor hacia él y a su confiada recuperación, jamás nos permitió pensar, que lo peor llegaría el día predicho, sería su partida para siempre de este mundo.
Dios…Como se va sentir mi madre cuando lo sepa y lo vea muerto.
Alguna vez, nos contaba, que de niño fue tan grande su pena, cuando abatió inocentemente un bellísimo pajarito azul, uno así, nos decía con relativa tristeza; no volvió a ver jamás en su vida. Siempre nos lo repetía en uno de sus interesantísimos diálogos.
Abrazado con el llanto de mi madre, con su inmenso dolor, y con el de mis hermanos, su cuerpo muerto al que veíamos incrédulos, fue envuelto totalmente con un plástico negro, por dos hombres de bata blanca.
Que impresión. Dios mío…… Así fue trasladado a la inhumana morgue del hospital, no sé para qué diablos se lo llevaban a aquel inmundo ambiente. Allí a su costado, yacía el cuerpo inerte de un niño de tan sólo una década de vida, tapado también con una bolsa negra, y pegado en ella, un papel que indicaba su nombre, su edad y la causa de su muerte. Dos jovencitos lloraban el cadáver, solos y desconsolados….. ¡Que desgracia!
Ya en presencia de nuestros demás familiares, destrozados por la noticia. Fue descubierto sólo su rostro, para la vista de quienes allí estábamos. No… esto no puede ser. Otra muerte más, no……. Ya un buen hombre, cinco meses antes, también de nuestra familia, y estupendo hermano de mi padre, había emprendido su travesía, cuanto dolor venía mi padre acumulando en el alma ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué la muerte se ensañó así con lo mejor?
Con el cuerpo sin vida de mi padre, dos demonios de endurecida fase, vestidos de mugriento blanco, pero con dinero en mano, lo ingresaron a un asqueroso cuartucho de la muerte, colocándolo en una tétrica mesa de metal, para lavarlo y expulsarle aquel maldito líquido que se acumulaba en su vientre. Los servidores de la muerte, pidieron quedarse a solas con el cadáver, allí, actuarían como lo que son: Bestias desalmadas e insensibles.
Su cristiano cuerpo, fue maltratado por estos miserables, no usaron el instrumental médico necesario para la circunstancia. Su abdomen, había sido agujereado con punta de tijeras, como luego nos haría conocer ya en el ataúd, aquel nuevo encargado de su extracción. Fuimos testigos de las marcas, que sólo manos diabólicas e infernales pueden dejar en el cuerpo de un ser humano…Que Dios tenga piedad y les perdone.
Recuerdo las sabias palabras del salmista bíblico; que con temor, alzando su mirada a los límpidos cielos nocturnos, se preguntaba: “Señor, cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas, que tu haz preparado ¿Qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?”
En la puerta de salida de emergencia del hospital, los empleados de las funerarias, como canes moribundos de hambre, se me ofrecían con sus tarjetas mortuorias, como la de mejor calidad y atención…Uno de los corruptos varones de la muerte, me llevó hacia ellos. Que nefasta que es la vida en esos momentos.
Tuve que encargarme de los trámites en la funeraria y demás diligencias, ayudado en todo momento de un hombre bueno, y que siempre estuvo a nuestro lado.
Una vez en su cobija de madera encapsulada, de color caramelo, habiendo sido limpiado, vestido y arreglado para la ocasión, tendía el cadáver de mi padre, entumecido, endurecido y enfriado, su rostro se veía rejuvenecido y apartado del dolor, no era fácil encontrar arrugas en él, jamás en vida las tuvo. Pero…¡YA ESTABA MUERTO!
Dios…...Como se parte el corazón, ver así a un padre, sin que pueda abrir nunca más los ojos, y sin contestar a lo que le preguntas, sólo nos quedaba llorar y rezar, y pedirle a Dios que lo acoja en su cielo.
Cada momento que me acercaba a verlo, mi corazón y mis ojos se bañaban en lágrimas, preguntándome ¿Por qué Dios mío? Si todavía no era el momento, habíamos aceptado su enfermedad, pero ¿Por qué tuvo que irse tan rápido?
Cuanto quebranto y pesar me invaden al recordar todo lo sucedido aquel día, ver sin vida el cuerpo de mi padre. Pero, no teníamos otra alternativa, que refugiar la pena del corazón, pensando en que él, estaría viéndonos, sin poder verlo ya jamás en esta vida.
Dios no ha creado el cuerpo material para mantenerse sólo, sus manos divinas están dentro de él, en el interior de nuestro corazón, y cuando se levantan y se alejan, el cuerpo ya no puede sostenerse sin ellas.
Cuando era destapado el cajón, viéndole fijamente, me acercaba a besarle su frente y sus mejillas.
Que duro nos golpeó la vida aquel año, la enfermedad y la muerte fueron el común denominador en la familia, partieron dos buenas personas, de seguro partiremos todos, sólo Dios sabe cuándo, cómo, y en qué orden.
Hay quienes transforman en buenas personas a los que dejan de existir físicamente. Pero en vida, no hubo alguien que pudiera haber dicho lo contrario. Cuanto daría por volver a abrazarlos y besarlos ¡Que lindo sería regresar el tiempo! Pero el tiempo no existe, y no transcurre, sólo pasa nuestro cuerpo y nuestra vida terrenal, así nos vamos acabando.
Si la finita obra material de Dios es hermosa, el cielo debe serlo también. El cielo es la perfección, allí no existe tiempo ni espacio, todo debe ser felicidad y felicidad…
Como me dolía verlo expuesto bajo el vidrio del ataúd. Ya nada sería igual. Quería estar a su lado, acompañándolo y amándolo donde él estuviera.
Un verde jardín de coronas florales, había a su alrededor. Pero nada aliviaba nuestra pena, de hacernos a la idea de no volver a verle jamás.
Canciones, discursos, reconocimientos, y bellos homenajes póstumos, que ya no tenían un destinatario con cuerpo vivo, adornaban su partida.
Después de más de seis meses de su elevación, aun se siente el vacío.
Muchas veces mirando el cielo atardecido y la noche venidera de un cielo silencioso, me vence la pena, y son mis lágrimas internas en compañía solo de mi tristeza, las que me comunican con su bello recuerdo.
Sé que no volveré a escuchar su melodiosa voz, cuando lleno de salud, le veía imponente, elegante e inteligente. Cuanto daría por abrazarlo, besarlo y decirle que lo amaba y que era mi gran ejemplo.
Cuan lindo es tener a un padre y verle envejecer, alegre y sano, apartado de la maldad y de la inoperancia médica.
Nunca pensé que el viento soplaría, y soplaría con tanta bravura secando y tumbando incesante, las hojas más bellas y más altas de la copa de nuestro árbol contemporáneo, y cuyas cortezas se van cayendo en diferente sentido.
Desde aquel día que mi padre se fue, todo ha cambiado, nuestra vida no es la misma sin su presencia. Sé que el avance de nuestra vida, nos hará acostumbrar a su ausencia, a la espera del reencuentro eterno, cuando abandonemos nuestra prisión corporal.
Cuando abro mis ojos al amanecer y al atardecer, luego de un sueño profundo, y al cerrarlos llegada la noche, me imagino que allí está junto a nosotros, lleno de vida y de fortaleza, pero no puedo evitar la realidad y la congoja de no tenerle más.
Dónde estará? Me pregunto:
¿Es que acaso duerme inconsciente un largo sueño?
¿O tal vez, vuela ascendente como un rayo luminoso e invisible para la percepción humana, hacia donde todo es silencio, paz y belleza?
Perdóname Dios santo y ten piedad de mi, si este tu siervo, escudriña contrariando la verdad y el sentido de tu creación.
Llegada la noche, cuando algunas estrellas junto a la luna, logran abrirse paso en la oscuridad del infinito, no puedo imaginarme donde estará, sólo en mi interior trato de sentirlo y verlo como aquella estrella brillante que nunca se apagará, y que algún día la alcanzaré, para ver el mundo como él ahora lo ve….. Desde lo alto.
Donde quiera que estén.
Dios padre santísimo, suplico ante tu grandeza divina, los acerques a tus perfectos e infinitos brazos de amor y misericordia, acompañados eternamente de nuestro adorado Señor Jesucristo, tu hijo verdadero.
Piura, enero del 2010.
IMPRESIONANTE: FOTO DEL 4 DE AGOSTO DEL 2009, A DIECISIETE DIAS DE SU MUERTE, ROMERÍA DE LA CSJP POR EL DIA DEL JUEZ, AL EXTINTO MAGISTRADO; DR. ROLANDO OCAÑA RAMÍREZ.
AMPLÍESE LA IMAGEN Y OBSERVE EL ROSTRO REJUVENECIDO Y APARECIDO DE ROLANDO OCAÑA RAMÍREZ, EN LA PARTE SUPERIOR IZQUIERDA DEL ARREGLO FLORAL EN EL NICHO  TERCERO ASCENDENTE, DE LA DERECHA DE LA FOTO.   
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