22/9/09

LA JUSTICIA Y LA MEDIOCRIDAD - Parte II.

LA JUSTICIA Y LA MEDIOCRIDAD- PARTE II.
AUTOR. CÉSAR MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ  

La ciencia del Derecho, en su obligatoria relación con el Humanismo, no sólo exige conocer el espíritu de las leyes para poder aplicarla, sino también, conocer el espíritu de los hombres para poder saber, quiénes son los que la aplican.
Es en esta oportunidad, y dada la circunstancia coyuntural vigente, que trataremos de comentar, la incidencia de la mediocridad en la justicia, cuando quienes se encargan de “administrarla”, son simplemente: JUECES MEDIOCRES.
En una ocasión anterior, se hizo referencia de virtudes que son impropias en algunos “magistrados”, y que por tal causa, adoptan una personalidad deformada y equivocada, dentro y fuera del desempeño de sus funciones.
LA JUSTICIA; es un supremo ideal, es una virtud, consistente en dar a cada quien, lo que le corresponde.
LA MEDIOCRIDAD en cambio; es la inferioridad, es la medianía, es la poca importancia de las personas que se deslizan sin valores dentro de ella.
Cuando esta última y adocenada situación, “pretende impartir justicia”, los detrimentos son muchas veces irreparables.
La administración de justicia, se cimienta en una insoslayable y correspondiente interpretación y aplicación de la ley, sin embargo, para ser esta aplicada correctamente, tiene que ser interpretada sin temores y sin prejuicios, y para este efecto, tan delicada actividad, deben cumplirla verdaderos magistrados, (en toda la magnitud que este vocablo significa) y no oportunistas, ni incompetentes legistas, sostenidos por el favor de la suplencia, de la provisionalidad o de la titularidad de sus cargos, que estancados por años en ellos, envejecen en instancias de avanzada moralidad, valentía, y humanidad entre otros.
Apuntaba el psiquiatra argentino, José Ingenieros, que cuando un mediocre es juez, aunque comprenda que su deber es hacer justicia, se somete a la rutina, que es la síntesis de todos los renunciamientos, y cumple el triste oficio de no hacerla nunca y embrollarla con frecuencia.
Cuando un juez mediocre, toma en sus manos un caso determinado; su independencia y autonomía son violentados por su propia cobardía. Tiene temor a ser amonestado o destituido. La ley, en manos de un magistrado mediocre, es “interpretada” y “aplicada” con temor, y con estólida sumisión al apremio de una sanción:
Un juez mediocre, es aquel cuyos ojos no se atreven a distinguir la luz de la sombra. Para con sus adentros o para con sus oscuros cofrades, dice: “Jamás favoreceré a un recurrente con el derecho que le asiste, si se compromete mi cargo, que el superior haga lo que tiene que hacer, a él nadie le dirá nada”, se hace cómplice del miedo y de la incompetencia.
Un juez mediocre, es aquel que hace de la apostasía para con su cargo, su propia hipocresía, no es capaz de reconocer yerros en sus similares: “Si el involucrado es uno de mi “cuerpo espiritual”, es titular como yo, o por lo menos provisional, no tengo por qué perjudicarlo, ni sancionarlo severamente, a pesar de tener responsabilidad, no encontraré en él ninguna equivocación, es fácil acomodar en su favor cualquier resolución”, se hace cómplice del abuso y de la arbitrariedad.
La mediocridad, no sólo se refleja en fallos judiciales que la hagan brillar nebulosamente, sino en su incesante permanencia.
Un juez mediocre, es aquel que si no tiene valor para la verdad, imposible que lo tenga para la justicia: “tengo muchísimos años en mi cargo provisional, de allí nadie me mueve, si bien no puedo ser titular por mi incapacidad, hay de aquel que solicite ocuparlo o retornar a él”, se hace cómplice de la indignidad y de la bajeza.
Un juez mediocre, es aquel que le teme a la opinión pública, pues a ella se siente constreñido por la fuerza de sus prejuicios: “como soy un magistrado, debo incrementar superficialmente y como sea mi “historial profesional”, no importa conocerme a mi mismo, ni graduarme de ser humano, lo que importa es aparentar lo que no soy y avanzar sea como sea, se hace cómplice del espejismo y de la obsesión.
Un juez mediocre, es aquel que se da al mejor oferente: “no me interesa quien tenga la razón, sino quien tenga las mejores posibilidades para pujar y adjudicarse un fallo a su favor, todo tiene su precio”, se hace cómplice de la deshonra y de la malicia.
La mediocridad corroe y desprestigia la justicia, son los medianos quienes la emporcan.
La cobardía, la envidia, la corrupción, la ineptitud, y la protección al expedir nocivas providencias, es la ínfima de la putativa justicia.
No sólo se requiere, sencillez, humildad y educación para ser un buen magistrado, sino valentía, conocimiento y honestidad, y sobre todo; humanidad.
PIERO CALAMANDREI, decía; “A un anciano magistrado, jubilado, que en cincuenta años había recorrido con honores, todos los grados de la magistratura, desde los más humildes, hasta los más supremos, le he oído decir estas sabias palabras:
Lo que puede constituir un peligro para los magistrados, no es el soborno, tampoco las amenazas muy graves para su independencia; EL MAGISTRADO NO LAS TOMA EN SERIO. El verdadero peligro no viene de fuera, sino que es un lento agotamiento interno de la conciencia, que los hace aquiescentes y resignados”.
CÉSAR MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ
ABOGADO REG. CAP Nº 912

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