18/6/11

TRISTEZA Y DOLOR- OBRA YA EDITADA - CÉSAR MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ


TRISTEZA Y
DOLOR
AUTOR:
MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ

PIURA-PERÚ
2010





                                         Con el más profundo amor, a la imperecedera memoria de Rolando Ocaña Ramírez y de César Díaz Ramírez, las personas más importantes que han marcado mi vida en este mundo, y que aun en sus peores momentos, me enseñaron en palabra  y  en obra, que el temor tiene que ser deshechado radicalmente: “DOMINUS DEDIT DOMINUS ABSTULIT, SIT NOMEN DOMINI BENEDICTUM” 
A mi madre y a mis hermanos, y a los que estuvieron siempre a  nuestro lado.   
A todos los que sufren enfermedades incurables, y que son maltratados por algunas retrogradas mentes galenas.
A los que han sido y son atacados por la terrible depresión.
A todos, con el infinito amor de Dios.        

Hay estrellas que brillan con más luminosidad que otras, en la oscuridad del cielo. Que cuando llega la noche, deja su bello color celestial, y que sólo basta buscarlas con la mirada para saber que allí continúan, y que aun rodeadas de tinieblas, nunca se apagarán.    

PRÓLOGO DEL AUTOR

Una extraña percepción me inquietaba aquella mañana, como nunca, me llamaba ir hacia él, deseaba verlo, besarlo, y esperar como siempre confiado en su impresionante fortaleza emocional, que todo acabara de una vez y que volviera a casa. Era bueno alejarlo de ciertos enemigos de la salud.
A punto de llegar a su lecho hospitalario, una llamada en el tránsito me comunicaba que había sido llevado de emergencia a otro vapuleante sitial médico de ciertos inhumanos, alucinados dueños de la salud y la vida de los enfermos, de aquellos que no piensan que la enfermedad, el pesar, la agonía y la muerte, son exclusividad pura de todos los seres humanos.
En la puerta de salida de emergencia del hospital, los empleados de las funerarias, cual canes moribundos de hambre, se me ofrecían con sus tarjetas mortuorias como la de mejor calidad y atención…Uno de los corruptos varones de la muerte me llevó hacia ellos ¡Que nefasta es la vida en esos momentos!
El psiquiatra y escritor José Ingenieros, nos dijo que: “Las pequeñas virtudes son usuales, de aplicación frecuente y cotidiana, estas virtudes, sirven para distinguir al hombre bueno del hombre malo”.  
Dios, no ha creado el cuerpo material para mantenerse solo, sus manos divinas están dentro de él, en el interior de nuestro corazón, y cuando se levantan y se alejan, el cuerpo ya no puede sostenerse sin ellas.
Cuanto quebranto y pesar me invaden al recordar todo lo sucedido aquel día, ver sin vida el cuerpo de mi padre. Pero, no teníamos otra alternativa que refugiar la pena del corazón, pensando en que él estaría viéndonos, sin poder verlo ya jamás en esta vida. 
Como me dolía verlo expuesto bajo el vidrio del ataúd. Ya nada sería igual. Quería estar a su lado, acompañándolo y amándolo donde él estuviera. Nada aliviaba nuestra pena de hacernos a la idea de nunca más volver a verle.
Tomas de Kempis, nos dejó una obra fabulosa: “IMITACIÓN DE CRISTO”, para poder aprender la manera de cómo llegar a él, haciéndonos meditar sobre la muerte.
He creído conveniente relatar estos hechos que amalgaman la realidad de nuestras vidas, con el fin de tomar consciencia que, “Donde menos se piensa salta la liebre”, y es en esos momentos en que por la enfermedad podemos caer en manos de algunos de “Los renegados de Asclepios”, que han descendido irremediablemente a la insensibilidad e inescrupulosidad humana, opacando la excepcional intervención de los buenos discípulos de Hipócrates.
La finalidad de esta obra- como diría José León Sánchez- no es sembrar la amargura sobre un recuerdo pasado. Es una invitación para meditar en el futuro.
Diría yo, para meditar en el presente, en cuanto a lo que nos puede llegar.      
                                                                                                                          MIGUEL OCAÑA RAMÍREZ 

                                                    I
Con el alma genuflexa, llegó la apoteosis de la desgracia.
La tristeza y el dolor, habían emprendido su inexorable labor. El lamento, y la ineluctable afrenta a la vida del cuerpo, vinieron por añadidura.
Sábado de ardencia, pasado apenas el mediodía en una tarde invernal, jamás esperada.
Dime ¿Qué haces metido allí?
¿Por qué tu rostro está muy pálido?
Ya no duermas demasiado, anda ¡Levántate! Déjame ver otra vez tus bellos ojos y nárrame una linda historia, enséñame todo lo que conoces, tú sabes que eres mi mejor amigo, que te amo demasiado y no deseo que te apartes nunca de mí.
¿Por qué estás triste y callado? Sonríe y contéstame por favor.
No dejes que mi corazón se derrita más en llanto.
¡Levántate por el amor a Dios! ¡Levántate! 

  
II
Su agradable y bondadosa sonrisa, se mezclaba y se confundía casi siempre con sus generosas e inteligentes bromas, amaba la naturaleza, el campo, el orden, la tranquilidad y el merecido respeto. No era oficioso conocerlo con facilidad para darse cuenta que el hombre que amaba también el sol, la luna, las estrellas, que gustaba de reír, de estar alegre, de no hacer daño a la gente y de no claudicar ante nada, estaba herido:
“Llegará un día nos decía con su sapiencia y humanidad, en que será un delito más grave; el cortar un árbol, que el matar a una persona”.
¿Qué intentas decirme? -Le pregunté un día de aflicción.
Dímelo por el amor del cielo, estoy para oír y escuchar el sonido de tus melodiosas y atractivas palabras. 
Con su voz esforzada, agotada y casi apagada -Me hizo saber lo siguiente:
                     -Te amo tanto como tú a mí, y por eso quiero demostrarte en esta oportunidad, que a pesar de las desgracias, la vida se tiene que vivir hasta lo último, hasta que Dios lo disponga, y no hay por qué tener miedo ni lamentarse de lo que nos ocurre, debes saber que la vida empieza cuando muchos creen que ya se terminó…

No te imaginas cuanto me duele verte así -Le respondí, y no me acostumbro a que el más grande de mis amigos se vaya acabando de a pocos, y tenga que alejarse algún día ¿Dónde te buscaré después? ¿Cómo haré para encontrarte?
Me contaron que aquel domingo estival de ardiente oscuridad, cuando tu amoroso y buen hermano se marchó para siempre, lloraste demasiado ¡Oh Dios mío! ¿Cómo se habrá recrudecido tu dolor en el secuencial día de luna desvaída y ojerosa, y en las consecuentes exequias para su lamentable e increíble despedida física?
No aguantaría verte deshecho en lágrimas, no puedo imaginarte así, yo también lo hice en soledad con mi propio pesar, sentí lamento y tormento, le amaba tanto como a ti te amo, nunca debió desaparecer, no debió morir ¿Tú no te vas a morir verdad?
                    -Yo sé que estoy bien -Me dijo con mucha convicción, los buenos médicos me han dicho eso, además puedo controlar mi mente que es lo más importante, y sé cómo hacerlo, no te preocupes, siempre he sido fuerte y me sanaré.

Pero, no te vayas por favor, no quiero que la única estrella que me queda, deje de brillar en el firmamento, nada será igual sin ti ¡No me dejes todavía! 

                   -Me siento cansado -Me dijo con lentitud, trataré de dormir un poco y después cuando me levante, seguiremos conversando, ahora ayúdame a voltearme y colócame correctamente la almohada que yo solo no puedo.

De inmediato lo haré -Le manifesté, pero te pondré más al centro de la cama, estás muy al borde y te puedes caer, agárrate de mí y déjame que te levante, sabes que para cuidarte y servirte me siento fuerte, jamás te dejaría caer, aunque temo lastimarte por la fragilidad de tu cuerpo. 
Las condiciones de su fuerte afección orgánica, me hacían sentir los fustazos y trallazos de la perversa y exprofesa injusticia de la vida, y pensaba que, “cuando  la tristeza se enclava en el alma, esta no repara en manifestarse físicamente en quien la padece, nos transforma en el vivo sufrimiento, que sólo puede entender y comprender uno mismo. Sería maravilloso cerrar los ojos, caer en un profundo sueño... Luego, despertarse sin haberla sentido y dejarle abandonada y olvidada en el mundo de las pesadillas, pero, todo eso en este mundo, sólo sería un sueño”.


III
Durante los últimos años, pude verle con el dolor de los ojos del corazón, al pretender conciliar un sueño que se le tornaba imposible casi todos los días.
De pronto amanecía, y sus párpados estaban hinchados otra vez, sus ojos brillaban mucho, parecían enmelados y tenían color amarillento, su mirada afectada por la grave lesión hepática, se perdía en un espacio somnoliento, tristísimo e inconsciente.
Mirándolo fijamente y para mis adentros -Le decía: No nos hagas sufrir más por favor, ya no queremos verte así ¿DÓNDE ESTÁS MI SEÑOR? 
Siempre que le veía cargado de debilidad, no soportaba mi ansiedad, y  tratando de conversar con Dios en mi interior, derramándole miles y miles de lágrimas, ya vencido y resignado, le suplicaba también en mutismo, que al menos le diera fuerzas para que pudiera sobrellevar el peso de su enfermedad.
No te vuelvas a levantar inconscientemente en las madrugadas. Puedes volverte a caer -le expresé. Sé que es muy difícil para ti, pero trata de avisarnos de alguna forma antes de hacerlo.
Es que una vez de madrugada y ante los gritos de mi madre, te encontramos en el suelo, estabas muy pesado, te habías caído y lastimado el tabique al golpearte fuertemente con la mesita de noche ¡Que dolor tan grande fue verte en ese estado!
Tu carita de niño ensangrentada y tu ya frágil muñeca dislocada, empalaron y espetaron superlativamente lo que me quedaba de corazón…
¿Por qué no me dejas gritar con fuerza para que Dios escuche nuestro sufrimiento? Ya no aguanto más, tú sabes que también estoy enfermo y todo está lleno de tristeza en la mente y en los corazones de los que estamos en esta casa.
Deseo estar solo, la angustia y la ansiedad me han invadido nuevamente, ya no soporto más… La depresión que me ataca es un infierno, no quiero ver ni escuchar a nadie, no quiero que me miren, quiero encerrarme, me estoy quemando por dentro ¡Ya no se qué hacer! 
Pero tú… Intenta dormir por favor, cuando me sienta bien  vendré a verte.



IV
De pronto pasaban los días, las semanas y los meses, y la delgadez le seguía subyugando y oprimiendo tanto como a mí, sin embargo, él me demostraba majestuosamente que no le temía a nada, en cambio yo, vivía encadenado al miedo y a la depresión.
¡Enséñame a enfrentarme a él amigo mío!

  
V
Son casi las siete y treinta de la noche ¿A dónde crees que vas? Estás mal, no puedes salir solo y en esas condiciones a la calle, pero ¿Quién fue incapaz de impedir que salieras? Vamos, mejor te llevaré de vuelta, estás extraviado y no dejaré que vayas sin rumbo, te puede pasar algo, regresemos a casa, hazme caso, todos deben estar preocupados por ti ¿A dónde quieres ir?
Por favor, ustedes dos ayúdenme, vayan y traigan a mis hermanos, es que se ha puesto muy recio y obstinado y no puede ni responderme.
¡Entiéndeme! Si no puedes ni siquiera hablar ni decirme a dónde deseas que te lleve ¿Cómo quieres que te deje ir? A la gente perversa que no te conoce ni te quiere, no le interesa tu vida ni tu bienestar, menos  respetarán tu situación, pueden  asaltarte o atropellarte, estás desorientado y no sabes lo que quieres, además no estás en capacidad de salir ¡Entiende! Volvamos a casa, ya es de noche y es muy peligroso…
No te enfades conmigo por favor, sólo quiero que descanses y estés a nuestro lado, acuéstate.
¡Encefalopatía desgraciada! ¿Cuándo te irás dejándolo  tranquilo?
“Llegada  la ansiada noche, para quienes el ánimo se nos desestabiliza y desnivela por temor, desilusión o alguna pena, buscamos la tétrica compañía de la oscuridad, en la que deseamos sumergirnos y arrastrarnos, pensando en que la vida debería acabar de una vez, y que nada ni nadie tiene sentido para nosotros, y es en esos momentos en que anhelamos el nunca amanecer, para seguir agazapados en la calígine de la soledad, que nos condena a estar atrapados a la espera de alguna luz lejana, que venga inmersa en  la humana comprensión  y en el paciente auxilio de los que nos aman y entienden de verdad”    
¿Por qué tuvo que amanecer tan rápido, y peor en tinieblas?
No quería que llegue la mañana, prefiero la noche y la oscuridad.
Todo está peor, mi mente y mis pensamientos acabarán con mis nervios y conmigo mismo ¿Por qué Dios mío?
Pero igual, tengo que ir a verle, le abrazaré y le diré que lo amo más que nunca, que cada día que pasa lo admiro más y más…
Estás despierto por lo que veo -Le dije.
¿Cómo has amanecido? No has dormido otra vez ¡MALDITA ENFERMEDAD! Sé que no lo has hecho bien, tus ojitos lo delatan, están enrojecidos y amarillos, tus párpados nuevamente inflamados ¡SANTO CIELO! Y esa odiosa ascitis que no sé de dónde diablos aparece, te sigue destruyendo.
¿Dónde estás señor, por qué no escuchas nuestras oraciones? ¿Por qué desvías tu mirada de nosotros?
Con aquella voz que despertaba el dolor ajeno -Siempre me hacía saber que sentía malestar en la cintura.

                    -¿Podrás darme unos masajes? -Me preguntó.

Estoy bajo tus órdenes -Le respondí, lo haré de inmediato, y eso que lo poco que hago por ti es nada para todo lo que tú me has dado. Te friccionaré primero las piernas con este ungüento, después tus pies y luego toda tu espalda.
Cuando lo hacía, yo cerraba mis ojos y con mucho amor pensaba en su recuperación, con mis manos le sobaba casi todo su deteriorado cuerpo, y orando, me imaginaba extrayéndole todos sus males para que sean expectorados.
Mis ansias de verle curado, me hacían olvidar que no tenía autorización ni poder para lograr tamaño milagro.
¡Tus piernas están hinchadas! Y cuando las presiono con las yemas de mis dedos, quedan hoyuelos que retardan en volver a su estado anterior, las palmas de tus manos se están resecando, tus antebrazos y tus brazos se están descarnando ¿Cómo estarás sufriendo?
Ahora descansa un momento.


VI
Cada día que llegaba, después de las más oscuras noches, esperábamos verle mejor, pero todo se entristecía con su declive.
Cuando amanecía, era el momento de suministrarle su medicina. Abre la boca –le decía algunas veces, eso es, así… Muy bien...
Te llevaré al baño…Pero primero déjame colocarte tus sandalias.
Ahora sí, abrázame que también te abrazaré para poder levantarte.
Con fuerza ¡Arriba con fuerza! Bien.
Vayamos por el pasadizo, despacio, no te caerás, voy a tu lado, te tengo asido con mis manos, sé que estás mareado, pero conmigo al costado, nada ni nadie te derribará.
¡SANTO SEÑOR! Todo su vientre se ha endurecido, y día a día crece más, tendrán que punzarle de todas formas, pero eso no es lo que él quiere.
¡Dios bendito¡
Ya en el baño, hundía algunas veces la palma de mi mano y la llenaba de agua, echándole en su boca para que pueda enjuagarse y cepillarse los dientes.
Mientras lo hacía, se observaba fijamente en el espejo, como resignándose valientemente y con temple a la situación que le tocaba vivir. Su rostro ya enjuto, le daba una delicada apariencia y su mirada, era el fiel reflejo del cansancio y de la más pura tristeza. 
¡Cuánto me hiere el alma!        

                   -Mira -Me dijo, mis encías están sangrando.

Pero a mí también a veces me sangran cuando me lastimo, es algo normal, no te inquietes –le dije a la vez.
Déjame que te lave las manos, te echaré agua en el rostro para jabonarte, cierra los ojos, así… Ya está, toma la toalla, pero mejor yo te secaré... 
Ahora tienes que miccionar, ven conmigo te ayudaré para que no hagas mucho esfuerzo o ¿Tal vez deseas hacerlo solo?

                   -No, no hay problema -Me respondió.

¡POR DIOS! Su hernia sigue creciendo y sus glándulas genitales también se han agrandado enormemente, el líquido está invadiendo internamente todo su cuerpo, he escuchado que le ha llegado a sus pulmones ¿Por qué tuvo que pasarte esto, si te veías tan saludable?
Volvamos a tu cuarto -Le dije.
“Que necesario es  en estas circunstancias, acatar la enseñanza de un sabio, para asumir el realismo de no envanecerse por la grandeza o  hermosura del cuerpo, que a  la más leve enfermedad, se corrompe y se afea”.
Te cogeré para que no te resbales, camina estoy contigo. 
Ya en su alcoba, le ayudaba a sentarse en la cama… Una vez allí, le hacíamos tomar la medicina que le faltaba.
Allí va, abre la boca, ya está.
Ahora, antes de acostarte te pesaremos, te pararé en la báscula con mucho cuidado, agárrate de mí.
Estás pesando sesenta y cinco kilogramos, has subido -le dije ¡DIOS MÍO! Pero si es el líquido que se le acumula en el abdomen lo que le da peso. Tendré que decirle que está bien.
La semana pasada marcabas sólo sesenta kilos, tu estatura es casi un metro ochenta, poco a poco recuperarás tu peso.
Ahora desayunarás, todo está ligero, y conforme a la dieta de los buenos médicos que te han examinado para que no vomites, a excepción de los que te hicieron sufrir, cuando llegaste a sus  manos, y que no los pienso olvidar. El primero de ellos, tan torpe e incapaz, proyectó matarte antes que lograr aliviarte, y el segundo, corto de inteligencia como de sus mellados dedos, te ofendió delante mío, cuando aludió groseramente tu enfermedad, sin reparar que para un ser humano enfermo, es muy triste que aquel galeno en el cual se deposita las esperanzas de curación, nos enferme más, con palabras infestadas de pesimismo e ignorancia. 
                                            VII
Ya terminaste, recuéstate en la cama, despacio, así… Déjame acomodarte la almohada debajo de tu cabeza, quiero que estés lo más cómodo posible, te colocaré también otra debajo de tus piernas para que estén en lo alto y pueda circular mejor tu sangre, después te acolcharé para que no sientas frío y sigas reposando.
¿Sabes? Pronto alcanzaré a que te den lo que te negaron económicamente durante tantos años esos inescrupulosos inhumanos, tú para mí has sido el mejor, y les daremos una lección, te lo prometo por el inmenso amor que te tengo. Sólo confía en mí, ya verás.
¡Como se me parte el corazón y el alma se me enferma más al verte así! No hay mejoría ni portentos divinos, me siento mal otra vez, me enclaustraré ensimismado en mi aposento y me convertiré en un mar de lágrimas, todos los días tengo que caer en lo mismo para evadir aparentemente mi inaguantable temor.

  
VIII
Los mañanas oscurecían, las tardes tenían un frío mortal y las noches cada vez se hacían más negras de la pena y el dolor.
Nuevamente estoy aquí para verte, y quiero contarte algo:
Hoy como todos los días, al encerrarme en una celda infernal con barrotes de fuego, que intentan incinerarme hasta el alma. Tuve un sueño fugaz: Me vi en las relativas profundidades de un cristalino mar, con agua extraordinariamente transparente, abriéndome camino a manotazos de nado y con una paz jamás sentida.
Frente a mis ojos abiertos dentro del agua más pura y clara, vi que venían caminando hacia mí, un par de divinos, perfectos y luminosos pies, tuve que abrir los ojos y despertar, no de miedo sino de emoción e impresión, fue muy lindo -le dije:

                   -Seguro que eran los de nuestro Señor -Me respondió.

Ha sido un sueño muy impresionante, jamás debí abrir los ojos.
                  
                   -Escúchame -Me dijo, tú sólo puedes ver mi físico, pero no lo que en realidad ahora soy por gracia de Dios.
                    Por favor, cierra tus ojos y quiero que me veas en tu interior como siempre has querido verme. No interesa si todo se te oscurece al comienzo, sólo abrázame con fuerza, con el amor más grande que tengas en el alma, como si no me fueras a ver nunca más.

No me digas eso, que me duele el corazón, -Le repliqué. 
                  
                  -Cierra tus ojos y cuando estés conmigo no sentirás ninguna pena -Prosiguió, sé que estás sufriendo mucho, tendrás que paliar tu dolor y vencer el miedo para que algún día se disipen…

Al cerrar los ojos como me lo pidió, me dieron inmensas ganas de llorar, lloré y lloré, como aquellas nubes oscurecidas y cargadas de pesar, quería en realidad que me llevara con él, a donde  tuviese que ir, no me importaba nada más que su compañía, y sentí que me hablaba, pero esta vez lo escuchaba perfectamente y con el corazón.
                  
                 -¿Por qué late tanto tu corazón? -Me inquirió.

Es que es la primera vez que te abrazo con tanta fuerza y con tanto amor, siempre quise hacerlo, y pocas veces lo hice ¡No me dejes, no quiero que te vayas, quiero verte siempre!

                   -Entonces no te sueltes de mí, ni dejes de pensar en mí, porque para ver lo que verás, tan sólo basta el amor, y tu amor es como el mío, cuando todo lo hacemos con amor podemos ver, observar, oír y escuchar dentro de nosotros. Agárrate con más fuerza de mí, y ahora sí, sólo abre los ojos del alma, sólo los ojos de alma, nada más ¡Vamos, vamos!

No puedo ver nada, sólo siento que estamos abrazados, y que tú lo haces con más energía, pero no puedo verte, no me sueltes nunca por el amor de Dios.

                     -Te ciño a mí, porque te amo como a todos. Sólo abre los ojos del alma, piensa en todo el amor que nos tenemos y siéntelo sin límites, aquí, no hay nada de eso ¡Hazlo!

Sus palabras entradas en mi corazón, de pronto despejaron mi ceguera, lo había logrado ¡Lo hice! Ahora si te veo dentro de mí… ERES TÚ ¡DIOS BENDITO, ERES TÚ PAPÁ, ERES TÚ, TE VEO PERFECTO, YA NO ESTÁS ENFERMO NI TRISTE, DIOS MÍO, ES MARAVILLOSO!
¡Has despertado, tu rostro ya no palidece, tus bellos ojos se han abierto otra vez, estás de pie y caminas sin ayuda, ya me puedes responder!

                   -Puedo hablar y responderte porque estoy lleno de vida ¿No ves acaso mi abdomen? Ya no está hinchado.
Mira mi rostro, ha rejuvenecido más.
No necesito dormir, mis manos jamás han estado así, mira mis pies y mis piernas, ya no siento dolor ni malestar, ya todo pasó. La luz todopoderosa que está en el interior de todos nosotros, me permitió que esté así.
                 -Pero ¿Por qué lloras hijo?

Esperé tanto para verte así, todos hemos sufrido desde que te enfermaste, ven conmigo y con todos los demás para que se regocijen y se alegren sin cesar cuando te vean.

                   -Lo sé, siempre siento todo el amor que expresan por mí. El amor aquí es tan diferente, pero no me has entendido, cuando abras tus ojos externos, sabrás claramente por qué no puedo ir con ustedes. Seguiré vivo en tus recuerdos y remembranzas, también en las reminiscencias de tu madre y de todos a quienes amaré eternamente mientras no me hagan caer en la desmemoria.

¿Y dónde está él? -Le pregunté 
¿Tu hermano? Quiero verlo, abrazarlo y besarlo.
¿Dónde está?

                   -Él está muy cerca de Dios -Me arguyó, me prepara un hermoso camino de regreso.

Dile que lo amo como te amo a ti, que siempre pienso en él y que jamás lo olvidaré.

                  -Sé que lo siente desde donde está, y él también está repleto de amor, manténganlo en sus corazones, no lo olviden, porque él también vela por todos ustedes.
Ahora sí.
                  -Ya puedes cerrar tu mirada interna, y abrir tu mirada externa, hazlo por favor.

Tuve que hacerlo, y al abrir mis ojos, otra vez estaba metido allí.
Sigues pálido y desvaído, te has entiesado.
Tu cara y tus manos están rígidas, no es lo que me mostraste hace un instante a los ojos del alma ¿Por qué no sonríes? ¿Por  qué no despiertas? ¿Por qué no me contestas?
¡SANTÍSIMO DIOS, PERO SI ESTÁS MUERTO! ¡Tú no eres mi padre! Mi padre está lleno de vida…
Cerraba mis ojos desesperadamente para volver a verle, pero sólo había oscuridad.
Por el amor de Dios, hazme que te vea nuevamente como siempre he querido verte.
Déjame abrazarte con fuerza ¡Llévame otra vez contigo! No te vayas ¿Dónde estás papá? No me dejes por favor, todavía tengo mucho amor para ti, te necesito a mi lado, yo también estoy muy enfermo...
¡Levántame papá, levántame que ya no puedo más!


IX
Toda la triste realidad empapada de dolor, estaba frente a mí.
¿Por qué la muerte se ensañó así?
La enfermedad, la tristeza, el dolor y la inevitable muerte, nos habían vencido por segunda vez.
Aquella tarde, con el cuerpo sin vida de mi padre, envuelto totalmente con un plástico negro, allí, en el último nosocomio que tuvo como paradero, dos demonios de endurecida fase, vestidos de mugriento blanco, rápidamente lo trasladaron a la terrible sala de los muertos- donde sin pensarlo nos reunimos a su alrededor, para llorar su partida- a petición nuestra y con dinero en mano, lo ingresaron a un sucio y anexo cuartucho de la oscuridad, donde lo colocaron en una tétrica mesa de metal para limpiarlo y expulsarle aquel maldito líquido que se acumulaba en su vientre. Los servidores de la muerte, pidieron quedarse a solas con el cadáver, encerrados, actuarían como bestias desalmadas e insensibles.
Su cristiano cuerpo fue maltratado por estos miserables, no usaron el instrumental médico necesario para la circunstancia. Su abdomen había sido agujereado con punta de tijeras, fuimos testigos de las marcas que sólo manos diabólicas e infernales pueden dejar en el cuerpo de un ser humano.
Que Dios tenga piedad y les perdone.    
Tuve que encargarme de los trámites en la funeraria y demás diligencias, ayudado en todo momento de un hombre bueno, y que siempre estuvo a nuestro lado. 
Nunca imaginé que el viento soplaría y soplaría con tanta bravura, secando y tumbando incesante las hojas más bellas y más altas de la copa de nuestro árbol contemporáneo, y cuyas cortezas se van cayendo en diferente sentido.

                                                 X
El final había llegado.
Tengo que levantarme, el funeral acaba de salir para el cementerio.
Me había quedado dormido
Pero si falta una hora ¿Por qué han salido antes de tiempo?
Ya no hay nadie en casa, tendré que alcanzar el sepelio, creo que aún están cerca.
Y ¿Ya pensaste lo que vas a decir?
Tendré que hacerlo en su momento, tengo mucha pena.
Contemplando su semblante sin vida, y a punto de ser metido en el nicho del olvido y la corrupción, sólo me quedaba llorar el deceso y desaparición física de mi última estrella.
Mientras escucho las alocuciones en tu honor, prepararé mi breve discurso, y mirando bajo el vidrio fúnebre tu rostro ya sin vida, te diré:
Padre
Hoy hemos venido hasta esta tu última morada, no para decirte Adiós, sino hasta pronto, porque seguiremos el mismo destino y te alcanzaremos, sólo espéranos.
Todos los que te aprecian están aquí para rendirte honores, tus amigos y tus familiares.
Es que tu vida se caracterizó por la bondad, el amor y la alegría que nos diste.
Nunca te dije que te amaba, pero tú y yo lo sabíamos.
Sé que ahora estas flotando en lo alto, más allá de las nubes- observándonos desde arriba- para ir directo a tu reencuentro con Dios, porque su misericordia es mucho más grande que su justicia.
Gracias por haber sido mi padre, por el respeto que nos diste, y por todo esto…

Su figura física maltratada y su triste enfermedad, desaparecieron para siempre dentro del ataúd encapsulado color caramelo, que se ingresó a su sepultura, siendo  tapado inmediatamente ante la pena enclavada en las almas de los que algún día, seremos también el meditar y cavilar principal de las mentes cabizbajas por nuestra segura partida. 
Algunas veces la vida camina a paso lento con alegría, y la muerte corre inexorable e implacable, desbaratando la felicidad que cierto día aparenta existir en este mundo.
Uno nace en esta vida para morir en el momento menos pensado, y muere para nacer y vivir eternamente, pero en el alma que somos, debe quedar albergado el recuerdo bueno y perenne de los que ya son parte de la eternidad.
La muerte en este mundo sólo puede ser vencida por el extraordinario coraje y el amor a la vida que con la divina esperanza y fe, sabemos que llega al atravesar el umbral del temible óbito, y por el amor a un Dios, que jamás veremos si cada vez vamos cerrando más los ojos del alma.
Si el alma de un ser humano se manifiesta con grandeza dentro del cuerpo ¿Con cuánta más esplendidez se manifestará cuando esté fuera de él?     
La enfermedad, el dolor y la muerte, nos devuelven a una realidad: La inhumanidad de muchos seres humanos, y el conocimiento tardío de la fragilidad y cristalidad de la vida, siempre, hay que estar preparados espiritualmente, pues con seguridad, un viaje insoslayable tendremos que realizar y no sabemos cuándo, cómo, ni dónde.

  
XI
Muchas veces mirando al cielo atardecido y a la silenciosa noche venidera, me vence la pena, y son mis lágrimas internas en compañía sólo de mi tristeza, las que me comunican con los más hermosos recuerdos.
Sé que no volveré a escucharlos ni verlos más en esta vida, como cuando llenos de salud les veía imponentes y pensantes. Cuanto daría por abrazarlos, besarlos,  y decirles que los amaba y que eran mi gran ejemplo.
Las flores y las rosas se marchitan cuando pienso que todo se acabó- y se me vienen a la mente las  palabras del salmista bíblico; que con temor, alzando su mirada a los límpidos cielos nocturnos, se preguntaba: “Señor, cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas, que tú haz preparado ¿Qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?” No obstante, para encontrar la vía de la resignación, trato de mirar en mi mundo interior, donde veo a mi padre, mi mejor amigo, el niño querido, y a su pequeño hermano, gran ejemplo de amor y amor de mi vida, asidos de la mano, saltando de alegría y felicidad, brillantes como el sol, porque el padecimiento y la agonía que los desprendió de este mundo, los condujo hasta las cascadas cristalinas e infinitas de las  divinas montañas, allá, donde hermosísimos pajarillos, danzan y cantan incesantemente y a la perfección, bajo una lluvia de estrellas celestiales, las melodías de los recuerdos más bellos del mundo.

















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